sábado, 8 de octubre de 2016

Una ciudad bajo el groove: Illya Kuryaki en Cochabamba


Cuando el flaco Spinetta presentaba a unos todavía pre adolescentes Dante y Emmanuel sobre el escenario, luego de acompañarlo en los coros de “El mono tremendo”, anunciaba con orgullo paternal algo así como: “mañana serán poder”. El video se encuentra en Youtube, y la canción se constituye, en realidad, como el debut oficial en la composición de Dante Spinetta; una de las mitades que, más tarde, conformarían Illya Kuryaki and the Valderramas. Otro video, también en Youtube, muestra a ambos artistas, padre e hijo, tocando “Mi chevy y mis franciscanas”, un tema de IKV, en un festival mexicano. Spinetta padre, en pleno fulgor de la “lava eléctrica” en los 90s, se presta al groove heavy del tema haciendo fuerza desde la guitarra, y acomodándose sin molestias al espíritu salvaje de aquel Vive Latino. El respeto mutuo y una enternecedora admiración entre padre e hijo, de alguna forma representan el lazo que articula el rock y el rap durante los 90s en la evolución de IKV. Lazo que recién ahora comienza a despertar una revaloración genuina de su música, lejos ya de aquel sabor a kitsch que los 90s pretendían imponerle a todo.  

La verdad es que, a pesar de la terquedad de algunos cuantos puristas del rock argentino, las diferentes aproximaciones de IKV a géneros como el funk o el rap, funcionan como un ejercicio totalmente independiente al influjo paternal.  A lo largo de su discografía, han sabido trazar una senda propia en la búsqueda del equilibrio Zen entre el buen groove y las rimas, sin descuidar del todo la inevitable marca de su herencia rockera en su etapa de consolidación. Sin embargo, esa suerte de ambigüedad es algo que la historia del rock argentino nunca terminó de incorporar del todo; y que, durante el reinado de MTV en los 90s, supuso para IKV un mayor impacto en países como México y Colombia. Por otro lado, en Bolivia (un país curtido en la tradición del slap bass y el funky) la deuda con los Kuryaki apenas pudo saldarse con una fortuita visita suya el 2000, antes de su disolución. 16 años después, una presentación programada el sábado 10 de septiembre en el hotel Regina puede, quizás, explicar un poco más y mejor la táctica de estos ninjas funk en su viaje por el klama hama.



En Cochabamba, el concierto fue un repaso raudo por distintos momentos de su discografía; otorgando mayor énfasis a canciones de su más reciente disco LHON (La Humanidad o Nosotros), publicado el pasado año. Una columna vertebral de músicos diestros en la conducción del groove preciso, soportaba gran parte del show preparado por el grupo. “La realeza uruguaya” en la guitarra de Matias Rada y una base rítmica bien repartida entre las percusiones latinas y el empalme  bajo/batería, daban paso al refinamiento funk de temas como “Ritmo Mezcal”, con reminiscencias directas a Prince, o el groove adictivo de “África”, con su formidable marca Earth, Wind and Fire en los vientos. El instinto groovy de los porteños prevalece intocable. Incluso en desvíos hacia la cumbia (“Gallo Negro”); o forzados intentos por encajar un hit (“Ula Ula”)  A estas alturas del concierto, uno no puede evitar pensar que Dante Spinetta y Emmanuel Horvilleur nacieron para complementarse mutuamente y permanecer juntos por siempre. De hecho, los fallidos emprendimientos solistas de ambos artistas ayudan a reforzar aquella idea: A los IKV se los prefiere juntos, antes que por vías separadas.  El power funk adictivo de “Jugo” y “Latin Geisha”, así como el poderoso ritmo de “Funky futurista” y “Yacaré”, representaron el pináculo groovero de la noche. Algo así como la encarnación sonora de George Clinton, o Bootsy Collins (quien, de hecho, participó en las sesiones de grabación de “Leche”) sobre el escenario. Aquel arrebato pronto se tornó un nudo en la garganta por un justo homenaje al papá de Dante en “Águila amarilla”. Luego, los infaltables hits de finales de los 90s que, en su tiempo, acercaron a IKV hacia ritmos más latinos (“Jennifer del estero”, “Coolo”), y el paseo por la iconografía kung fu de “Chaco” (“Jaguar House”, “Abarajame”) integraron un set list cortísimo, comparado con el llevado a cabo recientemente en el Luna Park de Buenos Aires.

La escasa asistencia del público cochalo no mermó el entusiasmo del dúo en ningún momento, y hasta es probable que su paso por Bolivia les haya resultado una experiencia entre lo anecdótico y lo surrealista: Una noche antes, se había suspendido el concierto de La Paz debido a factores técnicos, y el dúo tuvo que improvisar un setlist a cappella en las puertas del hotel. En esa misma lógica podría argumentarse la brecha temporal entre el pico de popularidad de IKV en los 90s, y el periodo de reagrupación actual que debió readaptarse a los cambios en la música popular latina impuesta por la masificación de géneros como el Reggaetón o la Bachata. Tanto Chances (2012), como LHON (2015), discos comprendidos en ésta reciente etapa de reformación, no buscan valerse de aquella clara oportunidad por encajar en el mainstream latino. Su refinamiento en el manejo del lenguaje funk, los acerca más a una suerte de tradición entendida por su distanciamiento progresivo del hip hop convencional, hacia los géneros que históricamente le fueron dando forma. Es cierto que, a pesar de sus picos altos de groove (más cerca de The Gap Band, o Lakeside) no son discos enmarcados en un solo género, lo que termina restando consistencia y hasta cierta credibilidad al producto (de hecho, debido a aquello, en los 90s tampoco fueron valorados enteramente ni por el rock, ni por el hip hop). Sin embargo, si con Chaco (1995) y Versus (1997) lograron moldear un sonido particular entre la tradición del funk/soul y el rap melódico; y con Leche (1999) capturaron la atención de todos; es finalmente con Chances y LHON que terminan por cerrar la brecha abierta entre ese pedazo de la historia del rock argentino que, a principios de milenio, los vio esfumarse sin haberlos prestado toda la atención que merecían. Para nosotros, desde la distancia, ser testigos de aquel momento escenificado es entender, en parte, cómo un dúo fue abriéndose terreno entre el rock chabón pre cromañon, a fuerza de ritmos que apelan primordialmente al cuerpo. Cochabamba tuvo la suerte de comprobar aquello.



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