lunes, 1 de agosto de 2016

Nuevas eras, viejas mañas: una crónica del Luna 432 Hz


¿Han observado que la temática sonoro-mística, el imaginario astral y el discurso droguístico hoy son moneda corriente en casi todos los eventos de música alternativa y electrónica de la ciudad? ¿Responde eso a un esfuerzo por evitar la temida quietud y sobriedad contenidas en el acto de ser joven? Es difícil de saber. Lo cierto es que, tras una avalancha de festivales de música alternativa en meses recientes, la imagen parece clara: la renovación de la escena musical es inminente. Si nombres como Nuson (nuevos sonidos), Experiencias mutantes, o Luna 432Hz, tienen una motivación detrás de su discurso, es la insistencia en la renovación estética del rock pop cochabambino. La alegoría mística podrá caer como una pretensión boba e irrisoria (o como un simple gancho para atraer público a los conciertos). Pero por detrás está el afán disimulado de mostrar bandas con influencias periféricas al eje temático rockero predominante. Ahí es cuando la quietud y la sobriedad no refieren tanto a un estado personal, sino a un síntoma global de la sociedad y su cultura. Un estado donde el rock/pop boliviano se ve estancado, desde hace mucho, en un fango de gestos predecibles y propuestas nulas en cuanto a contenido.

Aquella noción de "periferia" en la música tiene menos que ver con un sentido marginal (territorio cedido a lo más under del hip hop, el metal y el punk, fuera del centro citadino), que con una proliferación paulatina de gustos alejados al canon dominante del rock nacional. Muchas de las formas exploradas por bandas bolivianas como, Visiones, La luz mandarina, Daniel Abud, etc provienen de estéticas ya inmersas en el imaginario musical del melómano promedio. Post-punk, shoegaze, indie, etc. Géneros con un alcance minoritario, pero que no necesariamente representan un circuito relegado o apartado de una hegemonía. Es verdad, hoy en día, fuera de las fronteras, el indie ya es un tópico cada vez más en desuso. Una etiqueta que, por abarcar demasiado, no significa casi nada. En los últimos años, muchas bandas bolivianas han buscado cierta sincronía con las tendencias globales; unas, autosuscribiéndose al indie a la fuerza para mantenerse cool; otras, ahogándose en posturas esnobistas absurdas. Sin embargo, algunos artistas supieron guiarse por un instinto exploratorio genuino, ya no buscando la sincronía, pero anteponiendo un halo de diferenciación en su sonido. Astronauta suburbano, Daniel Abud, Visiones, Galaxia, Mal-Amen, Que te importa, son bandas y solistas que comparten, además de un linaje citadino, un comportamiento escéptico ante la ortodoxia del rock boliviano. Todas estas bandas estuvieron reunidas el pasado viernes 1 de Julio en el evento Luna 432Hz.

La noche en el martadero arrancó bajo la inclemencia de un frío árido. La escasa afluencia de personas, a minutos de iniciar el evento, no mejoraba aquel panorama. Una tarima pequeña adornada con retazos de tela y una coqueta iluminación se alzaba en uno de los rincones del patio. Sin mucha más parafernalia, las mesas del bar adyacente, predispuestas a los extremos de cada lado, daban paso a un público timorato que encontraba su lugar en el calor embriagador de un vaso de té con té. La banda encargada de inaugurar el evento fue el proyecto solista del ex-Passto Jhonny Rojas, Astronauta Suburbano. Bajo una configuración híbrida de electrónica y rock, las tres únicas canciones interpretadas despertaron un instinto bailable afín al gusto pop del recientemente publicado disco homónimo. La atmosfera futurista de “Templo Gris”, y la propulsión kraut de “Morfina trip”, fueron estimulando de a poco los ánimos de un público trémulo y muy discreto con los aplausos. "Diosa", un tema de la desaparecida banda Plasma, se infiltró en el setlist de Astronauta Suburbano, reconstruido para la ocasión a base de beats y claps electrónicos. El ambiente posterior al primer número del evento se sostenía por la proyección de visuales psicodélicas y una selección exquisita de música mezclada para el evento (Suicide, Gang of four, The Gun Club, etc...) generando una atmósfera que mutaba del synthpunk a un rock and roll más digerible. Los paceños de Mal-amén, un power trio relativamente nuevo en la escena, arremetieron con una solidez imprevista. Armados con un setlist apabullante de stoner rock y psicodelia, intentaron despertar a guitarrazos a un público todavía estancado en la indiferencia más apática. Quizás el contraste de géneros en el evento no lograba unificar el entusiasmo del público; sin embargo, el peso propio de la música anteponía, en el caso de los paceños, una impronta robusta e imponente de distorsión que resaltaba entre la discreción del ambiente.

El segundo tiempo de la noche prometía un viraje hacia terrenos más difusos. Daniel Abud, enfundado en synths y pads percusivos, sumergió a los presentes en paisajes lisérgicos propios de la electrónica freak de un Noah Lennox sin muchas drogas, o un Helado Negro más somnoliento. Abrazando la psicodelia con un marcado influjo pop y, en ocasiones, remando entre ornamentos chillwave, los beats parsimoniosos y las texturas son el fuerte de Abud. Contando desde hace poco con el respaldo de un bajo eléctrico y un sintetizador Korg en directo, las canciones ganan en dinamismo y ofrecen un muestrario de colores mucho más convincente que la otorgada por una configuración netamente solista. Minutos después, el escenario dio paso a la banda Galaxia. Dúo de guitarra eléctrica y batería, cuya concepción musical de la libertad experimental no apunta al azar o la desestructura de un jam, sino a una suerte de caos organizado contenido en los límites temporales de cada canción. En esa combinación, la ausencia de un bajo permite a los músicos rellenar el lienzo con un pulso impresionista visible en el uso de loops de distorsión, o en la saturación intencionada de redobles machacantes en las canciones. Las referencias apuntan al primer No Age, o a la contundencia de Shellac. También hay a acercamientos a un punk garage más melódico en canciones como "Metereólogo" o "Lobo", permitiendo así equilibrar un set conciso y pesado.

Promediando la medianoche, la afluencia de gente había alcanzado su punto máximo. Las más de 200 personas asistentes distribuían su atención entre el show de las bandas, y la exhibición inaugural del evento Viñetas con altura. Aunque el panorama en el martadero se tornaba visiblemente festivo, gran parte de las bandas ya había concluido su paso por el escenario. Visiones, la penúltima banda del evento, asomaba la tarima buscando reivindicar, después de casi dos años, su inexplicable ausencia de la escena. Haciendo un repaso exhaustivo por temas de su primera época punk con Visiones de terror, hasta los temas publicados en los Eps Niño Mutante (2013) y Pérdida de tiempo (2014), los cruceños mostraron su estirpe ruidosa sin mayores prolegómenos. La amalgama shoegaze/post punk de "Quiero endorfinas", el pop melodioso de "Pérdida de tiempo", resaltaron un perfil experimental afín a bandas como Deerhunter o los mexicanos Bam Bam. Esa sincronía con estéticas predominantes en el indie, permitió a Visiones tener cierta resonancia en medios latinos especializados (Indie hoy, Latinoamérica shoegaze) sin embargo, a nivel nacional, el impacto de la banda es, de alguna forma, análoga al impacto de una estética particular que busca abrirse paso entre una suerte de costumbrismo heavy/funk/reggae predominante en el rock nacional. En ese rango de intensidades y estéticas dentro del rock boliviano., el punk conserva una estirpe de indocilidad ajena a toda categorización. La banda Que te importa, encargada de cerrar el evento, entiende bien que cualquier pretensión artística es solo un intento burdo por agradar a un sistema, y que, despojándose de ese afán, la música no es más que una forma de entretenimiento para las masas. En ese sentido, que QTI sea la única banda que haya logrado romper el hielo aquella noche, no es ninguna sorpresa. Autoconscientes de su función sobre el escenario, y evitando la demagogia del rockero, la banda disparó riffs pesados y directos con un sentido del humor excepcional y una energía que, en cuestión de segundos, logró generar un pogo entre el público. Una voz filosa y aniñada destilaba versos escatológicos entre una base rítmica hardcore punk sin nada de particular. Aquel acto simple de celebración histriónica y primitiva era el evento preciso para cerrar un festival que, por lo que sabemos, no busca la continuidad, sino, más bien, enmarcarse como una excusa ocasional disfrazada de renovación. Y, aunque ninguno de los artistas pueda considerarse efectivamente nuevo dentro de la escena local (ni, mucho menos, creadoras de alguna estética particular), eventos como éste, pretenden ser, más que un resumen, una respuesta contraria a la hegemonía del rock boliviano. Ahí es donde reside concretamente su importancia.