domingo, 17 de enero de 2016

Mueran Humanos – Miseress (2015)



Berlín como el epicentro de la vanguardia europea del siglo XX. La Genialle diletanten y la Neue Deutsche Welle. Inspiración y escenario de, por ejemplo, el Bowie más arriesgado. Algo de aquel escenario y su impronta modernista no puede dejar de ejercer un influjo directo en la creación de artistas extranjeros que habitan tierras germanas. Es el caso de Nick Cave o Edvard Munch, por nombrar algunos ejemplos. Sin embargo, Mueran Humanos, el dúo conformado por Carmen Burguess y Tomás Nochteff, no parecen dar crédito a tales especulaciones. El sonido del grupo argentino, que reside en Alemania desde 2008, sería muy probablemente el mismo en cualquier parte del planeta. O al menos eso es lo que sugiere la obra precedente del grupo. Ambos músicos, por separado, fueron parte de proyectos relacionados con la escena post punk under de Buenos Aires: ella aportando teclados en “Mujercitas Terror”, y él tocando el bajo en “Dios”. 

Dos años después de su más reciente Ep “El círculo” (2013), y cuatro desde su disco debut, Mueran Humanos lanzaron a finales del 2015 “Miseress”, primer trabajo discográfico bajo el sello ATP recordings; casa que aglutina a bandas como Fuck Bottoms, Deerhoof y Bardo Pond

El post punk y los sonidos post industriales son una marca indeleble en el dúo argentino, quienes en el 2011 sorprendieron con un primer disco articulado entre el punk y el synth wave minimalista. Tras un par de años rebotando entre sellos indies y publicando EPs por doquier, la banda decide formalizar la idea de un nuevo disco por primera vez desde el 2013. Apoyados hasta entonces por un sonido mucho menos orgánico, basado en máquinas de ritmo de gama baja y un sonido filoso de herencia post punk, era palpable la necesidad de actualizar el equipamiento de la banda  al momento de encarar el registro de un nuevo álbum. En ese sentido, los sintetizadores y las máquinas de ritmo de construcción analógica son fundamentales en la densidad sonora y la consistencia global de éste disco. 

Ante todo, “Miseress” es un álbum regido por principios estéticos. Incluso en sus momentos más turbios e hipnóticos (“Espejo de la nada”, “El círculo”), la perfección analógica y la pulcritud relucen en cada track, por encima del contenido subversivo y psicótico de su discurso. En todo caso, si hay un elemento de subversión en este disco, tiene más relación con la elección de sus afluentes musicales, antes que con su contenido lírico. Si el sonido de Mueran Humanos, apoyado siempre en el uso de synths y bajos crudos, pretendía antes una estética post punk brutalista, ahora el giro apunta hacia la repetición hipnótica y las texturas futuristas del krautrock (“Mi auto”, “La Torre de la Hora”)

El dúo argentino ya había probado antes con la formula post punk/kraut/industrial. Pero quizás la ausencia de una guitarra, o de algún elemento de cohesión entre la frialdad instrumental y la lírica paranoica, reafirmaba más la crudeza minimalista de su sonido. En cambio, Miseress cuenta con el apoyo de Jochen Arbeit, miembro de Einsturzende Neubauten.  Arbeit aplica texturas y una bien calculada dosis de ruido con la guitarra en distintos temas del disco. En “Un Lugar Ideal”, por ejemplo, es difícil distinguir si la distorsión proviene de una guitarra o de un sintetizador averiado. Aquella mixtura de ruidos deformes puede apreciarse también en “La torre de la hora”. Un laboratorio de experimentación sonora apocalíptico que conecta con la fúnebre “Epilog”. En cambio, la propulsión de “Mi auto”, casi un pequeño tratado de Kosmische Musik, explota con una distorsión machacante y riffs de estirpe heavy.    

En su tiempo, Neubauten, al igual que Mueran Humanos, invitaban a la subversión a través de un lenguaje netamente centrado en lo musical (diferenciándose en ese aspecto de, por ejemplo, Throbbing Gristle, quienes sí tenían una agenda política explícita) En Mueran Humanos las letras tocan elementos oscuros de la psicología humana (“Espejo de la nada”, “Guerrero de la gloria negativa”), o hacen referencia a filmes de culto como la francesa “The Nun” (“El vino de las orgias”) pero, en realidad, lo que prevalece es la luz por encima de la sombra. “Miseress”  el tema que da nombre al disco, abre con un resplandor insólito, apoyándose en sintetizadores arpegiados y texturas cristalinas. La voz susurrada de Carmen Burguess otorga un equilibrio de matices que van desde el oscuro más opresivo, hasta la luz pálida y fría de un velo fúnebre.

Para una banda, no hay mejor recompensa que ser reconocido por sus propios mentores. Algo que, a estas alturas, suponemos, no despierta mayor sorpresa en el dúo porteño, pues compartir escenario con artistas de la talla de Martin Rev o Michael Rother de Neu!, o sacar singles en el mismo sello que publica a Psychic TV o Einsturzende Neubauten, es casi una práctica habitual en la agenda de Mueran Humanos; pero no es algo de lo que cualquier banda latinoamericana pueda jactarse.

Este disco, muy al margen de ser un equilibrio entre luces y sombras, es algo así como una declaración de principios. Principios erigidos por la búsqueda de una estética brutal y pulcra al mismo tiempo. El dúo ha sido capaz de evolucionar su búsqueda en un periodo de tiempo relativamente corto, y ha demostrado que las fronteras, en asuntos musicales, son siempre imaginarias.





viernes, 1 de enero de 2016

30 años de Psychocandy: ruido, adolescencia y posmodernidad


¿Cuál sería la música que habría que desbancar ahora? ¿Contra qué hábitos ortodoxos del viejo rock habría que estrellarse en estos tiempos? Obviando el factor geográfico y cultural que raya la diferencia entre Latinoamérica y Europa, ¿acaso no existe siempre un síntoma general de que, después de cierta degradación cultural, las cosas tendrían que reinventarse sí o sí? Cuando el panorama alrededor parece irse poco a poco a la mierda, ¿quién es el primero en despertar a todos con un merecido sopapo?

Muy al margen de cuestiones netamente políticas (todavía era el auge del Thatcherismo), 1985 no era un año excepcional para Inglaterra. Los hermanos Jim Reid y William Reid (escoceses), probablemente hartos de que el pop inglés caiga siempre en las manos de viejos pedantes como Phil Collins o Bob Geldof, decidieron reencarnar la sencillez de la canción pop, a fuerza de guitarras abrasivas, gafas oscuras, cuero, y un muro de feedback impenetrable.

El primer atisbo de locura vendría un año antes, en 1984, con el single “Upside down” (Patas para arriba). Para aquel entonces, The Jesus And Mary Chain, ya tenían bien ganada una reputación de ser los agitadores incorregibles de la escena local. Sus cortos sets constituidos por puro feedback y ruido al extremo, no hacían más que sembrar la anarquía entre el público quienes, casi de manera inevitable, terminaban destrozando todo el escenario. Esto, sin duda, era una herencia que había dejado el punk de unos años atrás (la prensa ya los catalogaba como los nuevos Sex Pistols). “Upside down” puso finalmente en órbita al sello Creation Records de Allan McGee, y el gancho vino de la mano de un sujeto llamado Bobbie Gillespie, fanático del grupo que se encargaría de presentarlos ante McGee mediante un demo casero de la banda. Más tarde Gillespie terminaría ocupando el cargo de percusionista y serviría, además, de catalizador para el despegue final de JAMC.

El pop anárquico y abrasivo de “Upside down” era algo así como una violación auditiva despiadada para los oídos virginales del público ingles. La fórmula que combinaba el noise estridente de “Sister Ray” con la estructura del pop Spectoriano (The Ronettes, The Shangri-Las, The Beach Boys) predijo, incluso antes de que el Shoegaze se llamase Shoegaze, mucha de aquella dicotomía Ruido/melodía que envolvería las cabezas de grupos como My bloody valentine,  Slowdive, Medicine, o, incluso, de sucesos más contemporáneos como Black Rebel Motorcycle Club, o A place to bury strangers.

Y es que es justo admitir que “Psychocandy” (1985), el debut discográfico oficial de The Jesus And Mary Chain, marcó en adelante mucha de las pautas dentro de la música independiente, tanto como lo hicieron, en su tiempo, The Velvet Underground y The Stooges. Distando de estos ejemplos, quizás, en las aspiraciones de los hermanos Reid, las cuales  estaban visiblemente enmarcadas en un universo pop. De ahí que pasaran a firmar con un sello discográfico subsidiario de una major label, o que no tuvieran asco en admitir que les gustaría salir en Top Of The Pops, el portavoz mainstream de la televisión británica. A pesar de todo, y hasta un poco bordeando lo contradictorio, los hermanos Reid, junto al bajista Douglas Hart, tenían como principal objetivo buscar la trascendencia antes que el éxito momentáneo. Sabían que para ello debían rodearse de gente dispuesta a aceptar sus caprichos experimentales. De esa manera tomaron contacto con John Loder (sonidista y miembro del grupo anarcopunk Crass) quien, antes que intervenir de manera directa en la grabación de “Psychocandy”, optó por dar rienda suelta  a los caprichos experimentales de los Reid y dar forma, de esta manera, al debut discográfico de The Jesus And Mary Chain.

Está claro que, antes que condensar influencias musicales dispersas, los Reid querían, a toda costa, sacudir el polvo de la escena local. Ponerlo todo de cabeza. También es obvio que, para ese propósito, no bastaba con provocar motines caóticos en cada una de sus conciertos. Y “Psychocandy” fue, en parte, el disco que los obligó a madurar, formalizando las intenciones de un grupo que adoraba el pop vocal de los 50’s y el noise en partes iguales. Absteniéndose de llevar las canciones por terrenos demasiado intrincados, los JAMC sabían que podían ser extremadamente provocadores y violentos sin tener que recurrir a los viejos artilugios del rockstar (lease: solos de guitarra, maquillaje, glitter y falsetes). Limitándose a estructurar las canciones de la manera más sencilla posible y reforzando esta actitud con una imagen retraída, timorata pero, a la vez, misteriosa.

Canciones como “Taste Of Cindy” o “You Trip Me Up” son, en el fondo, gemas del pop vocal de los cincuentas recubiertas con capas de distorsión y ruido a tope. La estética dark que sugiere “The Living End” hace pensar que ésta podría ser, fácilmente, una canción incluida en el cortometraje “Scorpio Rising” de Kenneth Anger. “Coger la motocicleta y cortar la carretera como un cuchillo” acompaña perfectamente la imagen sombría del grupo escocés (Cuero negro, gafas oscuras y peinados post punk). Más allá de todo eso, es importante destacar la ayuda de Gillespie dentro del grupo, la cual no se restringió solamente a contactarlos con McGee, sino que termino de sellar, con impronta velvetiana, la base rítmica detrás de JAMC. Reduciendo su set percusivo hasta lo estrictamente necesario (tom de piso, tambor), y galopando así entre olas de acoples entre la maraña demencial de “In a hole” Pero, incluso en canciones más melódicas hay espacio para la perversión muy bien disimulada. “Just Like Honey”, hermosa y adictiva canción que abre el disco, esconde entre su atmosfera eléctrica una libidinosa referencia al amor lascivo y al sexo. “Sowing Seeds” transita exactamente por la misma senda, incluso en el beat inicial que invoca a “Be My Baby” de The Ronettes.


Para mediados de los ochentas, The Jesus And Mary Chain, habían logrado despertar el interés de casi todos los semanarios musicales británicos. Sin embargo, el grupo sabía que era urgente deshacerse de aquel rótulo incómodo que los reducía a ser los “nuevos Sex Pistols”. Finalmente, la estridencia pop de “Psychocandy” fue la fórmula que terminó por alejar a los bravucones que solo buscaban seguir el rastro de destrucción que JAMC dejaba en cada uno de sus conciertos. Y es que era más que evidente que, JAMC, contaban con un bagaje musical mucho más interesante que gran parte de los puristas del punk de aquel entonces. Basta con asomar la cabeza un poco en el silbido lacerante de “The Living End”, o en el pop noise de “Never Understand”, y descubrir que en el mundo musical de los Reid había espacio suficiente tanto para Einstürzende Neubauten como para The Shangri-las.

Hoy, a 30 años del lanzamiento oficial de éste disco, no es tan difícil rastrear las influencias que convergieron durante su grabación. Y tampoco es difícil darse cuenta porque tanta violencia contenida tenía que desembocar en un disco así de áspero, volcánico pero, al mismo tiempo, melódico y hasta popero en su estructura. En realidad, todo eso ya ha sido descrito incontables veces. La importancia de Psychocandy quizás sea el hecho de que concluye con una etapa  de ambición futurista dentro del post punk, e inaugura algo que podría ser considerado como la deconstrucción del pop a fuerza de ruido y erotismo. Los hermanos Reid lograron esta fórmula explosiva sin ser del todo consientes de que aquello sería muy difícil de replicar a la postre en discos futuros. La crudeza del noise como respuesta al hastío. Un afán cínico y hasta postmoderno de apropiarse del pasado y regurgitarlo con lascivia ruidosa. Pero nada de sentimentalismo retro ni nostalgia de por medio. Por eso mismo, que el grupo ahora decida celebrar este 30 aniversario tocando el disco en su totalidad pueda, ciertamente, parecer contradictorio, y amenace con arruinar cierta inmaculada respetabilidad. Pero, ¿todavía podemos hablar de nostalgia cuando el verdadero Ethos de psychocandy haya sobrevivido perfectamente al paso de los años y se refleje ahora  en el ruidismo indie de bandas hispanoparlantes como Los Mundos, Triangulo de amor bizarro o Davila 666? Entonces, y solo entonces, la celebración sí es justificada.