sábado, 11 de junio de 2016

My week beats your year: notas sobre el ruido

Fueron varias las experiencias relacionadas con el ruido durante estas dos últimas semanas. Sin proponérmelo, fui contando las veces que el asunto se manifestaba día a día en situaciones cotidianas. Hablo del ruido no solo desde un enfoque literal, desprovisto de empaques conceptuales o artísticos, sino también desde un sentido más técnico; enajenados al divague musical y más cercanos a cierta noción de interferencia en la comunicación. Hace unas noches, en algún stand de la Feicobol, el modo random de la playlist en la PC dio con la carpeta de shoegaze, provocando extrañeza y cierto aire de zozobra en el entorno. Una semana después, tras una serie de actividades abocadas al circuit bending y el armado de sintetizadores caseros, la artista argentina Maia Koenig (Rrayen) dio un concierto en la ciudad que, en su punto más álgido, fue súbitamente interrumpido por los dueños del local. Escuché que alegaron exceso de ruido y molestias en el público ajeno al concierto, aunque no es menos probable que, en realidad, su intención no haya sido otra que la de salvaguardar el costoso equipo de sonido, del cual emergían niveles de potencia peligrosamente excesivos. 

En ambos casos, el ruido es el trasfondo inquietante en medio de dos escenarios que no son muy distintos entre sí. Primero como un evento perturbador e inoportuno para el oyente poco o nada habituado al rock de sepa ruidosa. Y luego como un incidente difícil de controlar en un contexto preparado (al menos en teoría) para la abrasividad sonora en clave de 8 bits y el desborde ruidístico bailable.



Como sea, hablar de ruido es, en cierto sentido, restarle eficacia a su poder sedicioso, reducirlo a un lenguaje del cual justamente pretende no formar parte. Koeing va un poco más allá al afirmar que el ruido, en realidad, no existe; empero sí la voluntad de escuchar.  La universidad, no muy ajena a lo que dicta aquella teoría, plantea una distinción radical entre sonido y ruido, haciendo énfasis en aspectos físicos y estableciendo un límite teórico entre lo que es orden (ondas sonoras sinusoidales y frecuencias compatibles entre sí) y desorden (ondas sonoras deformes y frecuencias vibrando al unísono ruido rosa-), pero las apreciaciones entre uno y otro están sujetas a un criterio totalmente subjetivo y, por tanto, debatibles.

Si del mismo modo asumimos que la música es la voluntad consciente de escuchar los sonidos que nos rodean, entonces no hay forma de establecer con certeza qué es, y qué no es ruido. A manera de evidenciar esta dicotomía con un ejemplo práctico, aquí va otra anécdota al respecto: Hace un par de noches me quedé dormido mientras escuchaba el disco Coney Island Baby (1976) de Lou Reed. Desperté un poco más tarde, cuando aquel disco ya había finalizado y el orden cronológico de la playlist ya había puesto automáticamente al disco Metal Machine Music (1975). Unos minutos más tarde, todavía en medio del sopor sonámbulo, pude advertir un placer inexplicable en la belleza cristalina que emanaba aquel disco de Lou Reed. ¿Alguien habló de ruido?



Publicado mediante una subsidiaria del sello RCA avocada a la música clásica, Metal Machine Music fue la excusa perfecta para deshacerse de los contratos y las presiones  por parte del sello discográfico hacia el artista. El abordaje de la crítica no fue menos radical, desestimando su linaje vanguardista y exaltando su costado socarrón, no hubo forma de quedar indiferente. Los más entusiastas alabaron su minimalismo experimental y avizoraron una obra de arte con cierto potencial en el futuro. Que haya sido o no una jugarreta malintencionada es lo de menos. Lo importante es ver cómo un conjunto de canciones construidas a base de puro feedback y cintas manipuladas, pueden ser recibidas de distintas maneras, dependiendo del empaque conceptual, o de algún precedente teórico, o, al final, de la ausencia de estos. El lenguaje que se interrumpe no es tanto la incomprensión o el rechazo hacia este, sino el desmoronamiento de los sistemas que posibilitan dicho lenguaje. En este caso particular: un disco. Un producto. Música presentada al mercado con la intención implícita de dialogar con el oyente. Si el silencio y el ruido son caras de la misma moneda, tampoco es sorpresa que el disco de Lou Reed haya coincidido con el lanzamiento de otra obra de sonoridades extremas. Discreete music (1975) de Brian Eno. Alli donde MMM arremete con estridencia, Discreete music es un paisaje de sonidos tenues y explanadas de silencio abrumadores. Las etiquetas que categorizan a ambos discos (noise o ambient) apenas sirven para distinguir, o al menos describir, características generales de las texturas sonoras. Pero dentro de un contexto lingüístico, ambos discos representan, en mayor o menor medida, un intento de quiebre en la interpretación mecánica y consciente de los signos. Ruido y silencio, diluyendo los instintos de significación en el receptor.


La puesta en escena del ruido como ingrediente cool o recurso artístico, es una práctica muy frecuente hoy en día. Es habitual encontrarse con eventos locales que apelan al noise como una marca de irreverencia y libertad experimental. Reduciendo su sentido anti-comunicacional y transgresor a un slogan, o a una etiqueta que contradice su espíritu escurridizo a las interpretaciones. Fiestas noise, talleres de noise, djs que abrazan una estética gliitch en el arte de sus flyers y en las proyecciones visuales de sus sets Quizás los cultores locales del noise están lejos de banalizar al ruido, pero la profusión de eventos festivos cuya premisa es (drogas mediante) la exaltación catártica sensorial, parece limitar al ruido a ser una parodia de sí mismo. Y no por el potencial artístico y el talento de los artistas, ni por la calidad de su propuesta. En realidad, la descontextualización del ruido comienza al asumir como propio un no-lenguaje, reducirlo a un estilo, o a un sistema de formas predecibles. No hay lugar para el ruido en el contenido del emisor, pero sí en los mecanismos de percepción y decodificación del receptor. Ahí, en el receptor es justamente donde nace y muere el ruido.