¿Cuántos años
tenía yo cuanto salió este disco? Ninguno. Es obvio que pertenezco a esa
generación que descubrió a sus ídolos cuando éstos ya estaban rumbo a su jubilación
o en la inevitable decadencia. En todo caso, me apetece hablar de éste disco,
no porque lo considere el mejor de su discografía (ese es, sin duda, un mérito
que le otorgo a “Heaven Up Here”) o porque me haya transformado la vida de
alguna manera; quiero hablar de “Porcupine” porque es, en primer lugar, un
disco que poseo de forma física. Y eso es, sin duda, una razón de peso para que
yo pueda animarme a comentar sobre él. Como si el valor económico invertido en
aquel capital cultural fuera una especie de tarjeta de habilitación para
brindar mi opinión. O como si poseer un disco fuera el pretexto necesario para
escribir al respecto.
Como sea. “Porcupine”
no es mi disco favorito. Y tampoco podría afirmar que Echo & The Bunnymen
sea, de hecho, una de mis bandas preferidas. Eso sí, puedo decir que conozco a
la banda gracias a una reseña en una revista argentina hoy desaparecida. Una
revista (o una página, en realidad) que debió estar vigente hasta el año 2004 o
2005. En ese tiempo, los blogs y las páginas de reseñas musicales eran los
sitios que más frecuentaba. Leí sobre esta banda de Liverpool que acababa de
sacar un disco llamado “Siberia”. Que ellos eran una banda importante durante
los ochentas dentro de la escena del post punk. Que su mayor hit había sido una
canción llamada “The Killing Moon”, la cual había logrado un segundo pico de
popularidad gracias a haber aparecido en el soundtrack de la película Donnie
Darko (2001). Recuerdo que aquella curiosidad por la banda me llevó a descargarme
dos canciones: la necesaria “The Killing Moon” y “Crocodiles”. Ésta última –una
frenética canción guitarrera de su primer disco- me sonaba bastante a esas
bandas que, por aquel entonces, estaban muy de moda dentro de la escena indie.
Desde Bloc Party hasta Interpol.
El hecho es
que, un día, me topé con una versión pirata de “Siberia”. Una triste edición
colombiana de aquellas que, por un lado de la revista, tenía la portada
original y, por el otro, una fotografía de, digamos, Coldplay. El disco no me
sonaba para nada a “Crocodiles”. Aquel furioso vértigo que me atraía por su inexacta
definición entre el punk y rock melódico, ahora parecía más un disco tardío de
alguna banda ignota de britpop. Sin duda aquello me decepcionó un poco, aunque finalmente
el disco terminó gustándome. De hecho, hoy pienso que “Siberia” es el último
gran disco que han podido sacar antes de haber caído, de manera inevitable, en
la repetición y en ese afán nostálgico de revisar lo más relevante de su propio
catálogo.
Unos años después
descubrí “Heaven Up Here”. Su disco más oscuro y, digamos, más fiel a los
atributos del post punk. Cada miembro de la banda parece sonar al límite de sus
capacidades técnicas y expresivas en éste disco. Incluso las letras de Ian McCulloch
están todavía lejos de reflejar el optimismo y la luminosidad de futuros
trabajos. Acá la opresión sonora y la precisión rítmica se perciben con gran
estruendo. La batería de De Freitas está en su nivel más elevado de destreza y
rigidez. Lo mismo el bajo de Les Pattinson. Esa contraposición entre las
melodías del bajo y el minimalismo en la guitarra de Will Sergeant es fenomenal.
No hay otra forma de reflejarlo en palabras. Quizás he perdido la capacidad de
expresarme sobre la música. Empecé este texto con la intención de hablar sobre “Porcupine”,
el disco posterior a “Heaven Up Here”, y terminé estancado en descripciones innecesarias
sobre el que es, en realidad, mi disco favorito de Echo & The bunnymen.
En todo
caso, hay un tema que sí anticipa un poco el sonido que la banda estaba por
emprender en “Porcupine”. Esa canción es
la luminosa “A Promise”. Sus cambios melódicos y esa manera particular de McCulloch
de entonar en los coros es un presagio de canciones como “The Cutter” o “’Heads
will roll”. Y es, justamente, gracias a una de esas canciones, “The Cutter”, que
una vez me obsesioné con redescubrir a la banda a través de sus discos fundamentales.
Ciertamente, “Porcupine”, puede ser considerado un punto medio ente la
oscuridad de “Heaven Up Here” y “Ocean Rain”, un disco en el que la luminosidad
es tan patente tanto en la voz de Mcculoch, como en los arreglos orquestales de
varias de sus canciones. “Porcupine”,
aunque a simple vista no parezca poseer momentos más destacables que “’The
Cutter” y “The Back of Love”, ofrece pasajes que asemejan un viaje psicodélico por
sonidos exóticos y arreglos musicales de origen oriental bastante insólitos
para la época. Aún más destacable es el hecho de que la banda no cae en la
arrogancia paternalista al momento de acercarse a sonoridades de otras culturas
y, más bien, logra compaginar perfectamente su herencia punk con arreglos de
cuerdas de linaje oriental. Algo que quizás hoy podría ser una jugada
arriesgada para muchas bandas. Por otra parte, aunque “Ripeness” parece un
descarte de “Heaven up Here”, vemos cómo la guitarra posee en éste disco un
tratamiento más grandilocuente. Un aditamento de efectos más notorio que en su
disco predecesor. El álbum suena más reverberante en varios aspectos, como si
la banda hubiera buscado desprenderse de la rigidez de su disco anterior.
No hay
mucho más que pueda decir al respecto. “Porcupine”, en ese equilibrio entre los
extremos bien diferenciados de su temprana discografía, puede considerarse un
buen álbum para adentrarse en la música de los Bunnymen. Al menos “The Cutter”,
la canción inaugural del disco, es una muestra de su variedad estilística y su
capacidad de construir piezas épicas con sorprendente simpleza. Bastaría con
escucharla para entender por qué es que los Bunnymen importan más que sus
eternos rivales U2.
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