¿Han observado que la temática sonoro-mística, el imaginario astral y el
discurso droguístico hoy son moneda corriente en casi todos los eventos
de música alternativa y electrónica de la ciudad? ¿Responde eso a un esfuerzo
por evitar la temida quietud y sobriedad contenidas en el acto de ser joven? Es
difícil de saber. Lo cierto es que, tras una avalancha de festivales de música
alternativa en meses recientes, la imagen parece clara: la renovación de la
escena musical es inminente. Si nombres como Nuson (nuevos sonidos), Experiencias
mutantes, o Luna 432Hz, tienen una
motivación detrás de su discurso, es la insistencia en la renovación estética
del rock pop cochabambino. La alegoría mística podrá caer como una pretensión
boba e irrisoria (o como un simple gancho para atraer público a los
conciertos). Pero por detrás está el afán disimulado de mostrar bandas con
influencias periféricas al eje temático rockero predominante. Ahí es cuando la
quietud y la sobriedad no refieren tanto a un estado personal, sino a un
síntoma global de la sociedad y su cultura. Un estado donde el rock/pop
boliviano se ve estancado, desde hace mucho, en un fango de gestos predecibles
y propuestas nulas en cuanto a contenido.
Aquella noción de "periferia" en la música tiene menos que ver
con un sentido marginal (territorio cedido a lo más under del hip hop, el metal
y el punk, fuera del centro citadino), que con una proliferación paulatina de
gustos alejados al canon dominante del rock nacional. Muchas de las formas
exploradas por bandas bolivianas como, Visiones,
La luz mandarina, Daniel Abud, etc provienen de estéticas
ya inmersas en el imaginario musical del melómano promedio. Post-punk,
shoegaze, indie, etc. Géneros con un alcance minoritario, pero que no
necesariamente representan un circuito relegado o apartado de una hegemonía. Es
verdad, hoy en día, fuera de las fronteras, el indie ya es un tópico cada vez
más en desuso. Una etiqueta que, por abarcar demasiado, no significa casi nada.
En los últimos años, muchas bandas bolivianas han buscado cierta sincronía con
las tendencias globales; unas, autosuscribiéndose al indie a la fuerza para
mantenerse cool; otras, ahogándose en posturas esnobistas absurdas. Sin
embargo, algunos artistas supieron guiarse por un instinto exploratorio
genuino, ya no buscando la sincronía, pero anteponiendo un halo de diferenciación
en su sonido. Astronauta suburbano, Daniel Abud, Visiones, Galaxia, Mal-Amen, Que te importa, son bandas y solistas que comparten, además de un
linaje citadino, un comportamiento escéptico ante la ortodoxia del rock
boliviano. Todas estas bandas estuvieron reunidas el pasado viernes 1 de Julio
en el evento Luna 432Hz.
La noche en el martadero
arrancó bajo la inclemencia de un frío árido. La escasa afluencia de personas,
a minutos de iniciar el evento, no mejoraba aquel panorama. Una tarima pequeña
adornada con retazos de tela y una coqueta iluminación se alzaba en uno de los
rincones del patio. Sin mucha más parafernalia, las mesas del bar adyacente,
predispuestas a los extremos de cada lado, daban paso a un público timorato que
encontraba su lugar en el calor embriagador de un vaso de té con té. La banda
encargada de inaugurar el evento fue el proyecto solista del ex-Passto Jhonny Rojas, Astronauta Suburbano. Bajo una configuración híbrida de electrónica
y rock, las tres únicas canciones interpretadas despertaron un instinto
bailable afín al gusto pop del recientemente publicado disco homónimo. La
atmosfera futurista de “Templo Gris”,
y la propulsión kraut de “Morfina trip”,
fueron estimulando de a poco los ánimos de un público trémulo y muy discreto
con los aplausos. "Diosa",
un tema de la desaparecida banda Plasma,
se infiltró en el setlist de Astronauta
Suburbano, reconstruido para la ocasión a base de beats y claps
electrónicos. El ambiente posterior al primer número del evento se sostenía por
la proyección de visuales psicodélicas y una selección exquisita de música mezclada
para el evento (Suicide, Gang of four, The Gun Club, etc...) generando una atmósfera que mutaba del
synthpunk a un rock and roll más digerible. Los paceños de Mal-amén, un power trio relativamente nuevo en la escena,
arremetieron con una solidez imprevista. Armados con un setlist apabullante de
stoner rock y psicodelia, intentaron despertar a guitarrazos a un público
todavía estancado en la indiferencia más apática. Quizás el contraste de
géneros en el evento no lograba unificar el entusiasmo del público; sin
embargo, el peso propio de la música anteponía, en el caso de los paceños, una
impronta robusta e imponente de distorsión que resaltaba entre la discreción
del ambiente.
El segundo tiempo de la noche prometía un viraje hacia terrenos más
difusos. Daniel Abud, enfundado en
synths y pads percusivos, sumergió a los presentes en paisajes lisérgicos
propios de la electrónica freak de un Noah
Lennox sin muchas drogas, o un Helado
Negro más somnoliento. Abrazando la psicodelia con un marcado influjo pop
y, en ocasiones, remando entre ornamentos chillwave, los beats parsimoniosos y
las texturas son el fuerte de Abud. Contando desde hace poco con el respaldo de
un bajo eléctrico y un sintetizador Korg en directo, las canciones ganan en
dinamismo y ofrecen un muestrario de colores mucho más convincente que la
otorgada por una configuración netamente solista. Minutos después, el escenario
dio paso a la banda Galaxia. Dúo de
guitarra eléctrica y batería, cuya concepción musical de la libertad
experimental no apunta al azar o la desestructura de un jam, sino a una suerte
de caos organizado contenido en los límites temporales de cada canción. En esa
combinación, la ausencia de un bajo permite a los músicos rellenar el lienzo
con un pulso impresionista visible en el uso de loops de distorsión, o en la
saturación intencionada de redobles machacantes en las canciones. Las
referencias apuntan al primer No Age,
o a la contundencia de Shellac.
También hay a acercamientos a un punk garage más melódico en canciones como
"Metereólogo" o "Lobo", permitiendo así equilibrar
un set conciso y pesado.
Promediando la medianoche, la afluencia de gente había alcanzado su punto
máximo. Las más de 200 personas asistentes distribuían su atención entre el
show de las bandas, y la exhibición inaugural del evento Viñetas con altura. Aunque el panorama en el martadero se tornaba
visiblemente festivo, gran parte de las bandas ya había concluido su paso por
el escenario. Visiones, la penúltima
banda del evento, asomaba la tarima buscando reivindicar, después de casi dos
años, su inexplicable ausencia de la escena. Haciendo un repaso exhaustivo por
temas de su primera época punk con Visiones
de terror, hasta los temas publicados en los Eps Niño Mutante (2013) y Pérdida
de tiempo (2014), los cruceños mostraron su estirpe ruidosa sin mayores
prolegómenos. La amalgama shoegaze/post punk de "Quiero endorfinas", el pop melodioso de "Pérdida de tiempo", resaltaron un
perfil experimental afín a bandas como Deerhunter
o los mexicanos Bam Bam. Esa
sincronía con estéticas predominantes en el indie, permitió a Visiones tener cierta resonancia en
medios latinos especializados (Indie hoy,
Latinoamérica shoegaze) sin embargo,
a nivel nacional, el impacto de la banda es, de alguna forma, análoga al
impacto de una estética particular que busca abrirse paso entre una suerte de
costumbrismo heavy/funk/reggae predominante en el rock nacional. En ese rango
de intensidades y estéticas dentro del rock boliviano., el punk conserva una
estirpe de indocilidad ajena a toda categorización. La banda Que te importa, encargada de cerrar el
evento, entiende bien que cualquier pretensión artística es solo un intento
burdo por agradar a un sistema, y que, despojándose de ese afán, la música no
es más que una forma de entretenimiento para las masas. En ese sentido, que QTI sea la única banda que haya logrado
romper el hielo aquella noche, no es ninguna sorpresa. Autoconscientes de su
función sobre el escenario, y evitando la demagogia del rockero, la banda
disparó riffs pesados y directos con un sentido del humor excepcional y una
energía que, en cuestión de segundos, logró generar un pogo entre el público.
Una voz filosa y aniñada destilaba versos escatológicos entre una base rítmica
hardcore punk sin nada de particular. Aquel acto simple de celebración
histriónica y primitiva era el evento preciso para cerrar un festival que, por
lo que sabemos, no busca la continuidad, sino, más bien, enmarcarse como una
excusa ocasional disfrazada de renovación. Y, aunque ninguno de los artistas pueda
considerarse efectivamente nuevo dentro de la escena local (ni, mucho menos,
creadoras de alguna estética particular), eventos como éste, pretenden ser, más
que un resumen, una respuesta contraria a la hegemonía del rock boliviano. Ahí
es donde reside concretamente su importancia.