¿Cuál sería la música que habría
que desbancar ahora? ¿Contra qué hábitos ortodoxos del viejo rock habría que
estrellarse en estos tiempos? Obviando el factor geográfico y cultural que raya
la diferencia entre Latinoamérica y Europa, ¿acaso no existe siempre un síntoma
general de que, después de cierta degradación cultural, las cosas tendrían que
reinventarse sí o sí? Cuando el panorama alrededor parece irse poco a poco a la
mierda, ¿quién es el primero en despertar a todos con un merecido sopapo?
Muy al margen de cuestiones netamente
políticas (todavía era el auge del Thatcherismo), 1985 no era un año
excepcional para Inglaterra. Los hermanos Jim
Reid y William Reid (escoceses),
probablemente hartos de que el pop inglés caiga siempre en las manos de viejos
pedantes como Phil Collins o Bob Geldof, decidieron reencarnar la sencillez
de la canción pop, a fuerza de guitarras abrasivas, gafas oscuras, cuero, y un
muro de feedback impenetrable.
El primer atisbo de locura vendría
un año antes, en 1984, con el single “Upside
down” (Patas para arriba). Para aquel entonces, The Jesus And Mary Chain, ya tenían bien ganada una reputación de ser
los agitadores incorregibles de la escena local. Sus cortos sets constituidos
por puro feedback y ruido al extremo, no hacían más que sembrar la anarquía
entre el público quienes, casi de manera inevitable, terminaban destrozando
todo el escenario. Esto, sin duda, era una herencia que había dejado el punk de
unos años atrás (la prensa ya los catalogaba como los nuevos Sex Pistols). “Upside down” puso finalmente en órbita
al sello Creation Records de Allan McGee, y el gancho vino de la
mano de un sujeto llamado Bobbie Gillespie,
fanático del grupo que se encargaría de presentarlos ante McGee mediante un demo casero de la banda. Más tarde Gillespie terminaría ocupando el cargo
de percusionista y serviría, además, de catalizador para el despegue final de JAMC.
El pop anárquico y abrasivo de “Upside down” era algo así como una violación
auditiva despiadada para los oídos virginales del público ingles. La fórmula
que combinaba el noise estridente de “Sister
Ray” con la estructura del pop Spectoriano (The Ronettes, The Shangri-Las,
The Beach Boys) predijo, incluso
antes de que el Shoegaze se llamase Shoegaze, mucha de aquella dicotomía
Ruido/melodía que envolvería las cabezas de grupos como My bloody valentine, Slowdive, Medicine, o, incluso, de sucesos más contemporáneos como Black Rebel Motorcycle Club, o A place to bury strangers.
Y es que es justo admitir que “Psychocandy” (1985), el debut discográfico
oficial de The Jesus And Mary Chain,
marcó en adelante mucha de las pautas dentro de la música independiente, tanto
como lo hicieron, en su tiempo, The Velvet
Underground y The Stooges. Distando
de estos ejemplos, quizás, en las aspiraciones de los hermanos Reid, las cuales
estaban visiblemente enmarcadas en un
universo pop. De ahí que pasaran a firmar con un sello discográfico subsidiario
de una major label, o que no tuvieran asco en admitir que les gustaría salir en
Top Of The Pops, el portavoz
mainstream de la televisión británica. A pesar de todo, y hasta un poco
bordeando lo contradictorio, los hermanos Reid, junto al bajista Douglas Hart, tenían como principal
objetivo buscar la trascendencia antes que el éxito momentáneo. Sabían que para
ello debían rodearse de gente dispuesta a aceptar sus caprichos experimentales.
De esa manera tomaron contacto con John
Loder (sonidista y miembro del grupo anarcopunk Crass) quien, antes que intervenir de manera directa en la
grabación de “Psychocandy”, optó por
dar rienda suelta a los caprichos
experimentales de los Reid y dar forma, de esta manera, al debut discográfico
de The Jesus And Mary Chain.
Está claro que, antes que
condensar influencias musicales dispersas, los Reid querían, a toda costa, sacudir
el polvo de la escena local. Ponerlo todo de cabeza. También es obvio que, para
ese propósito, no bastaba con provocar motines caóticos en cada una de sus conciertos.
Y “Psychocandy” fue, en parte, el
disco que los obligó a madurar, formalizando las intenciones de un grupo que
adoraba el pop vocal de los 50’s y el noise en partes iguales. Absteniéndose de
llevar las canciones por terrenos demasiado intrincados, los JAMC sabían que
podían ser extremadamente provocadores y violentos sin tener que recurrir a los
viejos artilugios del rockstar (lease: solos de guitarra, maquillaje, glitter y
falsetes). Limitándose a estructurar las canciones de la manera más sencilla posible
y reforzando esta actitud con una imagen retraída, timorata pero, a la vez,
misteriosa.
Canciones como “Taste Of Cindy” o “You Trip Me Up” son, en el fondo, gemas del pop vocal de los
cincuentas recubiertas con capas de distorsión y ruido a tope. La estética dark
que sugiere “The Living End” hace
pensar que ésta podría ser, fácilmente, una canción incluida en el cortometraje
“Scorpio Rising” de Kenneth Anger. “Coger la motocicleta y cortar la carretera como un cuchillo” acompaña
perfectamente la imagen sombría del grupo escocés (Cuero negro, gafas oscuras y
peinados post punk). Más allá de todo eso, es importante destacar la ayuda de Gillespie dentro del grupo, la cual no
se restringió solamente a contactarlos con McGee,
sino que termino de sellar, con impronta velvetiana, la base rítmica detrás de
JAMC. Reduciendo su set percusivo hasta lo estrictamente necesario (tom de
piso, tambor), y galopando así entre olas de acoples entre la maraña demencial
de “In a hole” Pero, incluso en
canciones más melódicas hay espacio para la perversión muy bien disimulada. “Just Like Honey”, hermosa y adictiva
canción que abre el disco, esconde entre su atmosfera eléctrica una libidinosa
referencia al amor lascivo y al sexo. “Sowing
Seeds” transita exactamente por la misma senda, incluso en el beat inicial
que invoca a “Be My Baby” de The Ronettes.
Para mediados de los ochentas, The Jesus And Mary Chain, habían
logrado despertar el interés de casi todos los semanarios musicales británicos.
Sin embargo, el grupo sabía que era urgente deshacerse de aquel rótulo incómodo
que los reducía a ser los “nuevos Sex Pistols”. Finalmente, la estridencia pop
de “Psychocandy” fue la fórmula que
terminó por alejar a los bravucones que solo buscaban seguir el rastro de
destrucción que JAMC dejaba en cada
uno de sus conciertos. Y es que era más que evidente que, JAMC, contaban con un bagaje musical mucho más interesante que gran
parte de los puristas del punk de aquel entonces. Basta con asomar la cabeza un
poco en el silbido lacerante de “The
Living End”, o en el pop noise de “Never
Understand”, y descubrir que en el mundo musical de los Reid había espacio suficiente
tanto para Einstürzende Neubauten
como para The Shangri-las.
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