En los recuerdos más lúcidos de mi propia niñez
se ubican ciertas imágenes de lugares que hoy ya no frecuento. También algunos
olores y sonidos que, estoy seguro, poseen sus respectivas conexiones
neuronales dentro mi memoria. En eso, por supuesto, no me distingo absolutamente
de nadie. Yo, como cualquier otro, desconozco las implicaciones del
inconsciente en la formación de mi propia realidad, y aun así puedo asegurar
que existen lugares de la memoria que es preferible evitar. Sin embargo, con la
música es todo muy diferente. La música es, entre muchas otras cosas, es una
especie de puente hacia la imaginación de escenarios pasados, presentes y
futuros. Un puente que es, en todo caso, mucho menos arriesgado de cruzar.
Todo esto para decir que ahora me encuentro
escuchando “De los andes al mundo” del grupo boliviano Altiplano. Un disco
publicado el año 1992. Cuando yo apenas tenía 5 o 6 años. Recalco “boliviano”
para evitar confusiones con agrupaciones folclóricas con el mismo nombre provenientes
de otros países. En todo caso, el nombre correcto es Altiplano Fusion Band, y
es evidente que no se trata tan solo de una banda folclórica, sino que, además,
su música absorbe influencias de distintas vertientes, como el jazz y el rock. Rasgo
menos evidente en sus primeros trabajos discográficos previos a “De los andes
al mundo”. Para 1992 y 1993, la banda gozaba de una popularidad que iba cada
vez más en ascenso. En ese sentido, no es ninguna sorpresa que, por ejemplo,
una copia de ése disco haya ido a parar a mi casa durante aquel tiempo. De
hecho, junto a álbumes de Khonlaya, Boliviamanta, Luzmila Carpio o Wara,
constituían una especie de respuesta en clave erudita al incipiente neo
folcklore dominado por los Kjarkas a mediados de los noventa. Sumemos que
artistas como Bonny Alberto Terán, o agrupaciones más enraizadas en la música
andina del norte de potosí, como la Comunidad Markasata, eran muy aceptadas en
las familias bolivianas de clase media y más o menos podemos vislumbrar cuál
era el estado de la sociedad y su consumo cultural durante aquel periodo.
Pero mi intención no es adentrarme en
inquisiciones sociológicas. Altiplano –y particularmente éste disco- es un álbum
que despierta muchos recuerdos de mi niñez. Memorias que asocio a mi primera
casa y a su pequeño patio de cemento. A mis primeros viajes hacia la ciudad de
La Paz. Y, sobre todo, a mi fascinación por aquella ciudad.
Si bien Altiplano es una agrupación que ha ido
cambiando de miembros constantemente, al punto de desconocer, personalmente,
quiénes lo conforman hoy en día; el miembro más estable y su principal
compositor es Edgar Bustillo Orihuela. El resto de los músicos, sin embargo, no
son menos importantes. La herencia jazzera es manifiesta en los arreglos a cargo
de músicos de academia, como Álvaro Montenegro, José Luís Morales o Victor Hugo
Guzmán, quienes se explayan en ideas muy precisas a lo largo del disco. En ese
sentido, el tema instrumental “Sol y Luna” es un muestrario de la capacidad
grupal por encauzar su herencia jazzera hacia un terreno más cercano al
folclore tradicional. Una especie de taquirari con zamponas en el que un
elegante arreglo de saxofón, a cargo de Álvaro Montenegro, se disuelve con
mucha discreción en momentos esporádicos de la canción. Por otra parte, “Ciudad
del alma” y “Caminante de la vida” representan un costado menos volátil y más
concreto. Ambas canciones, que además de estar acompañadas de un videoclip
respectivo, fueron las puntas de lanza en la promoción del disco. “Ciudad del
alma”, por un lado, es hasta hoy una de los retratos más entrañables sobre la
ciudad de La Paz. Colorida, percusiva, y abrupta como su geografía misma. “Caminante
de la vida”, por otro lado, es más un retrato poético sobre el personaje vivo
de aquel lugar. El indígena que habita los márgenes de la urbe y conserva una
amargura perene en su caminar. El mismo motivo puede rastrearse en “Hijo del
ande”, un impecable arquetipo del folclore fusión boliviano, además de una reivindicación
de la cultura ancestral en tiempos de la modernidad latente durante los
noventas de Goni. “El beniano” es otro taquirari/fusión instrumental en el que
la banda da rienda suelta a su capacidad virtuosa. En “El toba, querrero del
sol”, otra canción netamente instrumental, se aprecian interludios jazzeros que
contrastan con un ritmo saltarín y, hasta rockero, en el pulso de la batería.
Uno de los momentos que más aprecio es, sin duda, el dedicado a la infaltable
cueca del disco. “Cueca del olvido”, una de las composiciones más entrañables de
Edgar Bustillos, es una sencilla estructura de cueca que evoca, en la cálida
voz de Pablo López, a ese amor perdido que deja un sentir lastimero. El cierre
del disco con “Dulce alborada” es, en contraposición, una alegre comparsa
carnavalesca que evoca las fiestas en las comunidades campesinas de Bolivia.
Una zamponada radiante y optimista que se va fundiendo de a poco en el
silencio.
“De los andes al mundo” es, sin duda, uno de
los discos que más suelo asociar con mi memoria musical más temprana. Y es, por
tanto, imposible objetivar sobre su importancia desde un terreno más crítico.
Es así que, al revisar documentos visuales de la banda en YouTube para acompañar
esta escritura, se hace imposible rectificar cualquier exageración. Un video
muestra al grupo en una suerte de Live at Pompeii andino, con la banda tocando “Aguas
Sagradas” a orillas del Lago Titicaca. Las tomas del grupo tocando sobre una
embarcación rodeada de botes de totora son, simplemente, impresionantes. El
efecto poético que logran es, a mi criterio, más emotivo que, por ejemplo, el
de los Jaivas en Machu Picchu. Aunque es probable que esté pecando de chauvinista
con mi comentario. En todo caso, si se quiere apreciar a Altiplano en vivo, conviene
mirar las presentaciones de la banda en un entorno más realista. En el videoclip
de “Ciudad del alma”, por ejemplo, se aprecia el tipo de ambiente en el que el
grupo solía presentarse. Un escenario nocturno y bohemio, con gente boliviana y
extranjera bailando al ritmo del folclore boliviano. De fondo, una whipala con
el nombre de la banda bordeada en ella.
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