Mi disco favorito de los Pet Shop Boys es, no
cabe duda, “Introspective” (1988). Está a un paso de la elegancia melancólica
de “Behaviour” (1990) y justo después de la magnífica pieza de Synth pop
“Actually” (1987). Como obra uniforme y coherente, su formato tiene más
semejanza con un compilado. Pero no un compilado a la manera de “Disco” (1990),
que es un álbum que incluye remixes y un par de rarezas: sino, más bien, uno a
la manera de “Electric” (lanzado muchísimos años después) que es un conjunto de
composiciones dirigidas exclusivamente al club de baile. “Introspective” (1988)
es, en todo caso, un disco destinado a una pista de baile. Pero no a una pista
de baile pública, sino a una hogareña, íntima y solitaria.
“Introspective” es, en esencia, una suerte de
compilado con versiones de otros artistas, reinterpretaciones, versiones
extendidas, y apenas un par de composiciones originales. Aquello no resta
puntos al hecho de que sea una obra uniforme de principio a fin. Y el hecho de
que el dúo lo incorpore en su discografía oficial no significa otra cosa que,
en realidad, es un disco importante en su catálogo. El álbum fue lanzado en
pleno pico de popularidad del grupo, poco antes de que Tennant y lowe se
resignasen a la necesidad de realizar giras para presentar sus discos. Y es que
es difícil imaginar a un dúo tan tímido y sobrio acompañar su música con
solemnes puestas en escena en giras alrededor del mundo. Es obvio que su
popularidad apremiaba giras y despliegues en escena que, quizás, es más fácil
de imaginar en un grupo extrovertido como Depeche mode o, incluso, The Cure,
pero no en un dúo como los Pet Shop Boys. En todo caso, si es válida la
recomendación, conviene apreciar al dúo escuchando sus discos antes que viendo
sus teatrales (y, a veces, absurdas) puestas en escena en vivo.
El baile y la introspección no parecen
elementos afines. Sin embargo, Tennant y Lowe se las arreglan para combinar letras
cargadas de una sutil ironía con ritmos que prefiguran el auge de la cultura
dance y el house a principios de los 90s. No existe una canción que escape a la
genial amalgama entre ritmo y perspicacia. “Left on my own devices”, con una
fastuosa introducción orquestal, es un torrente de adrenalina rítmica contenida
en arreglos solemnes de cuerdas y en la voz retraída de Neil Tennant. El famoso
interludio confesional en el que Tennant debe decidir entre escribir un libro y
subirse a un escenario (con menciones a Che Guevara y a Debussy) es, sin duda,
uno de los momentos líricos más determinantes del disco.
“Introspective” mantiene un impulso rítmico
adictivo gracias a los sintetizadores de Chris Lowe, quien brilla con
notoriedad en los momentos más cercanos al House del álbum. “I want a dog”, por
ejemplo, es un despliegue de synths y ritmos de club que contrastan con la
necesidad de tener, aunque sea, una compañía perruna en la soledad de un
departamento. Algo que solo puede esperarse de los Pet Shop Boys. Por otro
lado, “Domino Dancing”, el single promocional del disco, es también un
contraste entre las inseguridades amorosas de un personaje tímido y la
sensualidad extrovertida de los ritmos latinos. Es apenas la primera parte del álbum
y ya puede suponerse que el título del disco es un concepto cargado de la
ironía típica del dúo inglés. “I’m not scared” es una canción escrita
originalmente para la banda Eighth Wonder que el dúo decidió revisitar para “Introspective”.
Es uno de los pasajes rítmicos más potentes del disco. Un acercamiento glorioso
a esa especie de House orquestal y épico que es la marca del álbum. La voz de
Tennant encarna un personaje femenino que se erige ante la insolencia masculina
de una persona. Es, sin duda, uno de los momentos más cinematográficos de los
Pet Shop Boys.
“Always
on my mind” es un cover de Elvis Presley que, aquí, adquiere una extensión
electrónica aún más dirigida al baile que la presentada con anterioridad. En
“It’s Alright”, el tema final del disco, el dúo reversiona una canción House de
Sterling Void que habían escuchado en algún club. Los extensos minutos de cada
uno de los tracks parecen querer demostrar que esto es, en esencia, un
compilado de versiones 12 pulgadas. Un catálogo de maxisingles listo para girar
en la tornamesa de algún DJ.
El humor es un componente esencial en los Pet
Shop Boys. Un humor sutil y perspicaz que los distingue de cualquier afán
comercial de otro grupo pop de la época. Las letras de Tennant parecen poseer
una hiper conciencia adelantada sobre la futilidad de un significado profundo
en la narración. Como si entendiera que su función no es imponer una
abstracción sesuda y seria sobre las canciones. Su astucia es la manera en la
que logra intercalar ideas simples con referencias oblicuas a la cultura popular
y a la historia. Algo que, quizás, se puede extender a la concepción de su propia
música. Y es que, en esencia, los Pet Shop Boys son el posmodernismo encarnado
en sonido. Muy refinados para pasar como un grupo de pop desechable, muy kitsch
para ser tomados en serio por la avanzada de la escena synth pop. Su sonido es
un conglomerado de influencias que van desde el Italo disco hasta los musicales
de Broadway, pasando por el techno y la obvia referencia a la cultura dance de
los clubs gay europeos. Esa capacidad de combinar los descartable con la alta
cultura es lo que hace de los Pet Shop Boys un dúo fundamental para entender la
esencia misma del Pop. Rasgo manifiesto en estas seis canciones y en el extenso
catálogo de singles y videoclips que el dúo tiene hasta la fecha.