Existe una concepción reduccionista sobre Kraftwerk, aquella que los define
apenas por su condición robótica y deshumanizada. Y aunque ciertamente el
hermetismo del grupo y su frivolidad premeditada parezcan remarcar aquello, en
realidad es una percepción que no le hace mucha justicia al total de su obra. Kraftwerk, durante su vigencia, ha
logrado conectar distintas corrientes artísticas, desde el experimentalismo
cósmico del krautrock, hasta la vanguardia
electrónica de Stockhausen. Y en ese
trajín ha estado latente un componente que no siempre se ha sabido destacar: su
sentido del humor. Desde sus devaneos pre electrónicos, hasta la conformación
definitiva del discurso hombre-máquina, Kraftwerk logra diferenciarse de sus
contemporáneos por incluir siempre un sentido irónico y desafiante en su lenguaje.
Pero, por supuesto, aquello es apenas uno de los elementos que conforman a Kraftwerk.
Mucho antes de la configuración más conocida
del grupo alemán (aquella que consiste en Ralf
Hütter, Florian Schneider, Wolfgang Flür y Karl Bartos), Kraftwerk es
apenas dos de sus miembros fundamentales: Ralf
Hütter y Florian Schneider. Es
ésta dupla la que define toda la primera etapa discográfica del grupo. Aquella
que comienza con un proyecto primigenio llamado Organisation, y continua con “Kraftwerk”
(1970), disco homónimo que establece su nombre oficial. En él, el dúo ya
logra anticipar algunas de las pautas sonoras de su estilo. “Ruckzuck”,
por ejemplo, es la delimitación de un sonido basado en la repetición y el ritmo.
Sostenido por una percusión marcada y el estacato de Florian Schneider en la flauta traversa, es un aviso anticipado de
que el grupo, a diferencia del experimentalismo caótico de bandas como Amon Düül, está regido por un orden y
un sentido establecido. “Kraftwerk 2”
(1972), que también cuenta con la producción del destacado Conny Plank, profundiza aún más en el
experimentalismo organizado de su primer disco. En “Strom”, por ejemplo, el uso experimental de la guitarra eléctrica
es un hecho tan abstracto como inédito en un grupo que se precia por su
obsesión electrónica.
Kraftwerk, no cabe duda, es un grupo pionero
en el uso musical de la electricidad. Su concepción de la música electrónica argumenta,
con mucha razón, que la amplificación de los instrumentos acústicos es, en sí,
una forma ya aceptada de música eléctrica. Kraftwerk,
sin embargo, lleva esta idea al extremo. Desde “Kraftwerk” (1970) hasta “Ralf
& Hütter” (1973), los distintos procesamientos del sonido acústico, incluyen
el uso de distorsiones, pedales fuzz, wah wahs, etc. Quizás sea el entorno
industrial de Düsseldorf, su ciudad de origen; o un interés genuino por
desarrollar las ideas de vanguardistas como Pierre Schaeffer y Karlheinz
Stockhausen, lo que, para el dúo, termina por definir un vuelco definitivo
hacia la electricidad como medio. Pero primero se debe establecer un centro de
operaciones, un laboratorio sonoro que sirva como base estratégica para la
fabricación de música. De esa manera es que nace Kling Klang, el estudio de grabación personal de Kraftwerk. Laboratorio donde sucede la
composición y el registro en cinta magnética de sus discos más importantes.
Es a partir de aquello que Kraftwerk, en la mente de Ralf
y Florian, comienza a ser
concebida como una fábrica. Una suerte de edificación industrial con funciones designadas
y obreros asalariados. Para ese fin, el diseño, la fabricación y la
implementación de nuevos instrumentos son procesos indispensables que el grupo
comienza a desarrollar. El experimentalismo va dando paso a la adopción de
ideas concretas. Detrás, existe un interés por desarrollar lo que Hütter denomina industrielle volksmusik, o música folclórica industrial. Una noción
que busca resonar con la esencia misma de la cultura alemana de postguerra. Una
civilización moderna basada en el uso de la tecnología y en el uso de las máquinas.
Hütter y Schneider estaban sentando las bases de una música esencialmente
alemana, completamente ajena al predominio del rock anglo americano. En la
portada de “Ralf & Hutter” puede
anticiparse un quiebre definitivo entre el pasado experimental y su nueva
estética germana. Un quiebre premeditado, pero nunca carente de un sentido de
humor irónico en el fondo. Florian Schneider
luce un traje elegante de los años treinta y un corte de pelo formal que, de
cierta, forma, desafía al ideal estético del rockero contemporáneo.
Es con “Autobahn”
(1974) que Kraftwerk logra
materializar la Gesamtkunstwerk, la
obra de arte absoluta. Apropiándose de un símbolo claro del ímpetu
desarrollista alemán, el grupo aborda la autopista como una representación sonora
y visual del tránsito entre el pasado y el futuro de la Alemania de post
guerra. En ella se incorpora una visión nostálgica del país en plena era
industrial. Una nostalgia extendida hacia los paisajes bucólicos en la región
de Baviera. Kraftwerk, que ya cuenta con Wolfgang
Flür en sus filas, logra representar con maestría el tránsito motorizado,
usando sonidos análogos de sintetizadores como el Minimoog, el ARP Odyssey y la
Farfisa; además de la característica flauta traversa de Schneider y las prototípicos pads electrónicos patentados por Flür. “Autobahn” no solo representa un punto de quiebre en la historia de
Kraftwerk, “Autobahn” representa la culminación de las inquietudes
vanguardistas del siglo XX, y su cruce definitivo con la historia del pop. Es
el albor, en materia musical, de casi todo lo posterior en el horizonte.
Con la inclusión de Karl Bartos en 1975, se termina de definir la conformación más
recordada del grupo. En adelante, además, Kraftwerk
prescinde de la colaboración de Conny
Plank como coproductor; haciendo que Hütter
y Schneider asuman de manera oficial
–y un tanto despótica- la dirección y producción del grupo. En ese escenario se
publica “Radioactivity” (1975), un
álbum que toma como su centro discursivo a las radiofrecuencias y a la
contaminación nuclear. Es un disco que marca la senda hacia la adopción de un
concepto central para cada disco en adelante. Si “Autobahn” todavía cuenta con algunos rastros dispersos de
instrumentación convencional, en “Radioactivity”
el grupo se vuelca totalmente al territorio electrónico. El ritmo pulsátil al
iniciar el disco y los sintetizadores gélidos de “Radioactivity” marcan el tono de un álbum mucho más sombrío y
minimalista que su predecesor. Es el presagio de toda una escena musical en las
tinieblas industriales de Manchester, y es el sonido que artistas consagrados
como Bowie y Eno están a punto de adoptar.
Con “Trans
Europe Express” (1977) Kraftwerk
redobla la apuesta. No solo abordan un concepto ambicioso y, de alguna manera, adelantado
a los hechos históricos; sino que, además, lo hacen sembrando las semillas para
la germinación de estilos nuevos como el Hip Hop o el Techno. Consientes o no
de aquello, el grupo implementa el Synthanorma
Sequencer, un secuenciador de 32 pasos y 16 canales que marca el salto
definitivo hacía el pulso metronómico. Son los primeros esbozos del Synth pop y
también el inicio anticipado de los ochentas. “Trans Europe Express” reflexiona, además, sobre la identidad
detrás de los disfraces. El grupo está en plena transición de ser humano a
hombre-máquina. Se preguntan si acaso es más auténtico el reflejo en el espejo
que el ser delante de él. La formalidad y la pose sarcástica del grupo es
desafiante. Son la contraposición absoluta al cliché del macho rockero. Una
estética que explotan al máximo con el concepto detrás de “The Man Machine”, su álbum sucesor.
Quizás en un futuro la imagen de Kraftwerk que más se recuerde y sobreviva
al paso del tiempo sea la famosa portada de “The Man Machine” (1978). Sus rostros pálidos e inexpresivos, sus
trajes rojos a la medida y la estética soviético-constructivista de fondo, es
la postal definitiva del cuarteto y su ironía. El grupo juega con la idea de
ser completamente suplantada por doppelgängers
robóticos. La idea llega hasta el paroxismo en “The Robots”, la canción que abre “The Man Machine”. Éste es el disco más ajustado al concepto
popular sobre Kraftwerk. Sin
embargo, por contradictorio que parezca, el disco no parece disimular una
faceta humana muy patente en algunas de sus canciones. “Neon Lights” es nostálgica. La voz de Hütter, cuando no está procesada por un Vocoder, suena conmovedora
e imperfecta como la de un ser humano de carne y hueso. “The Model”, por otro lado, rebosa un instinto pop que es la
escuela básica para el sonido de grupos como OMD o The Human League.
La fórmula de estas bandas comienza a dar frutos durante el repliegue del impulso
punk, a finales de los 70s, y se instala el sintetizador como el centro
esencial de todo proyecto que se precie moderno.
A éstas alturas, Kraftwerk ya no se encuentra sólo en la primera línea. Otro
productor de origen italiano, radicado en Alemania, es muy solicitado y
comienza a definirse el futuro del pop en las pistas de baile. En Japón, un
grupo llamado Yellow Magic Orchestra da
luces nuevas sobre el uso aplicado de los sintetizadores en la música oriental.
Kraftwerk, a estas alturas, ya no
suena a destiempo. Están, de hecho, sincronizados al ritmo creativo de sus
mejores alumnos. Con “Computer World”
(1981) se cierra una seguidilla de
discos esenciales en el desarrollo posterior del pop. Afrika Bambaataa samplea “Numbers”
y “Trans Europe Express” concibiéndose,
de esa forma, el inicio del Hip Hop.
Se cierra un ciclo en la discografía de Kraftwerk, pero su influencia más
visible ya ha sido trazada. Cada uno de sus discos, por sí solos, son un
sendero hacia distintas formas musicales nuevas. Al menos hasta “Computer World”, podría decirse que
Kraftwerk goza de una vigencia invisible ante su propio tiempo. Como un
espectro que está presente y ausente en todo. La escena que se despliega bajo
su influencia hace gala de ideas mucho más frescas y grandilocuentes. La
vigencia del synth pop, durante la primera mitad de los 80s, es imposible sin
el precedente sentado por el cuarteto alemán. Aunque sus giras, durante la
época, son una puesta en escena compleja y aparatosa de su trabajo en el
estudio, son otros grupos más jóvenes los que logran imponer su éxito con mucha
más facilidad. El merecido reconocimiento tarda unos años en llegar, mientras
tanto el grupo publica “Electric Cafe”
(1986) y “Tour De France
Soundtracks” (2003). Son obras que aparecen a cuenta gotas y representan un
paulatino desgaste creativo del grupo. El mito ya está instaurado. Los
principales archivos revisionistas de la historia del rock apenas mencionan al
grupo como una curiosidad rara de su época. Sin embargo, cada vez más va
notándose el aporte indeleble que sus discos han tenido en el desarrollo de
estilos variados como el House, el Techno y el Hip Hop. Kraftwerk, no cabe duda, es responsable de haber moldeado la
segunda mitad del siglo XX con el uso musical de la electricidad y un sentido
del humor disimulado. La muerte de Florian
Schneider, el pasado 6 de mayo, representa una pérdida dolorosa de uno de
los pilares fundacionales del grupo. La discreción en torno a su desaparición
física es una extensión del lenguaje hermético que Kraftwerk ha logrado mantener hasta hoy. Sin embargo, Schneider fue un gran ser humano detrás
del velo robótico. Un aficionado del ciclismo, un ambientalista, un visionario
de la tecnología en la música y un diestro flautista. Paz en su tumba.
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